
El apóstol santo Tomás tiene poca importancia en los tres primeros evangelios: solo aparece mencionado en las listas de los Doce apóstoles; en cambio, en san Juan tiene una presencia relevante. Más adelante, también tendrá importancia en algunos movimientos del cristianismo primitivo: se conserva, por ejemplo, un evangelio apócrifo atribuido a Tomás, conservado en copto y descubierto en Egipto hace más de cien años.
Según la tradición, el apóstol Tomás se dirigió hacia el este y evangelizó los territorios más remotos, llegando a fundar comunidades en la India. Siglos después, cuando los portugueses llegaron a aquellas tierras, descubrieron comunidades cristianas que, efectivamente, consideraban a Tomás como a su fundador original.
En el cuarto evangelio, el apóstol Tomás aparece en cuatro escenas muy relevantes.
En la primera de ellas, cuando Jesús decide ir a visitar a Lázaro a Judea, Tomás toma la palabra e invita a todos a seguir a Jesús para morir con él (Jn 11,16). A diferencia de Pedro en los otros evangelios, Tomás parece comprender y aceptar el destino de Jesús en Jerusalén. De esta manera, aparece como el modelo del discípulo que está dispuesto a subir a Jerusalén con el Maestro, con todas sus consecuencias.
En segundo lugar, Tomás aparece en la Última cena, en los discursos de despedida. En nombre de todos, como en otras ocasiones san Pedro, le hace una pregunta a Jesús, cuya respuesta todos conocemos: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Jesús se revela a Tomás y a todos como el camino, la verdad y la vida. Quizá por esta pregunta tan profunda y su respuesta, Tomás pasó a ser, en ciertos movimientos heréticos de la Iglesia primitiva, el símbolo del apóstol que tiene revelaciones profundas y únicas por parte del Maestro.
La escena más famosa es la tercera, vinculada a las apariciones de Jesús resucitado. En la primera aparición, el primer día de la semana, Tomás no está y, cuando vuelve, no cree el testimonio de los otros apóstoles. Su incredulidad se convierte en petición de signos: quiere ver y tocar a Jesús para poder creer la verdad de su resurrección.
Una semana después, de nuevo en domingo, Jesús se vuelve a aparecer; ahora, Tomás está presente y Jesús se dirige a él para satisfacer su petición: ver y tocar las heridas. Tomás, entonces, cae rendido ante la presencia de Jesús y pronuncia una de las confesiones de fe más profundas de toda la Biblia: «Señor mío y Dios mío». El ejemplo de Tomás le sirve a Jesús para lanzar un mensaje a los lectores del evangelio: «Dichosos los que crean sin haber visto».
Tomás, por tanto, es modelo de fe, aunque ha necesitado un proceso en que ha negado el testimonio y ha querido la evidencia palpable. También en esto Tomás es modelo del discípulo: todos queremos pruebas, necesitamos ver; todos, de una manera u otra, hemos estado ausentes de la comunidad alguna vez y no somos capaces de aceptar la experiencia de los hermanos, su testimonio de fe. Como san Pedro, que negó al Maestro antes de morir, Tomás niega al Maestro después de resucitar: ambos cometen el pecado de no estar a la altura en las circunstancias que viven. San Pedro no está a la altura de la confesión de Jesús, de su entrega. Tomás, en cambio, no está a la altura de la resurrección de Jesús, de su novedad absoluta y victoriosa.
Con san Pedro, aprendemos que no es fácil para nadie mantener la confesión de fe en ambiente hostil. Con santo Tomás, aprendemos que no es fácil creer en la realidad de la resurrección, en su verdad histórica y definitiva.
En la última de las escenas, Tomás aparece junto a Simón Pedro y otros discípulos, siete en total, pescando a la orilla del lago. Allí, Jesús se aparecerá de nuevo y dará nuevas claves para la misión. Entonces, el protagonismo será para el discípulo amado y para Simón. También aquí Tomás es ejemplo de discípulo: forma parte del grupo de los enviados, aunque no sea el protagonista en el que se detienen los textos.
También nuestra fe está en camino, como la de Tomás; también nosotros debemos ser corregidos por Jesús para comprender su presencia. Tomás, uno de los nuestros, nos ayuda a creer y a evangelizar.
Manuel Pérez Tendero