En una de las puertas románicas de la basílica de san Sernin de Toulouse, en Francia, está representada la escena evangélica del rico y el pobre Lázaro. No es el único caso: también está esculpida en capiteles románicos de otros lugares.

Con estas representaciones, el artista cumple una función catequética primordial: lanza un mensaje claro a los que pasan por las puertas de la iglesia. La parábola no habla del pasado, sino de ellos mismos, del presente. La Biblia, la palabra de Jesús, es palabra directa a los creyentes y a todo el mundo.

En la parábola, el rico, después de morir y sufrir las consecuencias de su vida holgada y vacía de misericordia, quiere volver para avisar a los suyos y llamarlos a la conversión. El rico no pudo volver, pero la parábola misma, y el arte cristiano, cumplen esa función: son un aviso, a los que todavía vivimos, del negro futuro que les espera a las personas como el rico Epulón.

Al estar en las puertas de la iglesia, la escena representada sirve para unir lo religioso con lo profano, la devoción con la vida moral, el futuro con el presente: entrar al templo es un símbolo de la entrada en el Reino, por ello, debemos reflexionar sobre las claves de nuestra entrada en el banquete del cielo.
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